Por Gahston Saint-Fleur |
El pasado domingo
10 de marzo, la sociedad española se quedó horrorizada por la noticia del
crimen de Gabriel Cruz en Las Hortichuelas, en Nijar (Almería). Un niño de tan solo 8 años
muerto estrangulado por la actual pareja de su padre, Ana Julia Quezada Cruz,
de 43 años, madre y oriunda de La Vega, Rep. Dominicana. La noticia voló como la
pólvora en los principales periódicos europeos. Después de doce días de
incansable búsqueda con la colaboración de unas 250 personas entre policías,
voluntarios y la misma implicada, el cadáver del niño fue hallado en el
maletero del vehículo de Ana Julia, luego de sacarlo ella misma de la zanja
donde lo tenía escondido, para llevarlo según los investigadores, a la misma
casa que ella y el padre del niño, su novio, compartían.
Ana Julia Quezada Cruz con la camiseta con la foto del niño, detrás,
la madre, con la bufanda azul del pequeño Gabriel, en una de las
actividades por localizarle. (Imagen del diario abc en Español).
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La
consternación fue tanto por la noticia de la muerte del niño, a quién se esperaba
encontrar con vida aún, como también por el lugar de localización del cadáver.
El vehículo lo conducía alguien que durante los doce días ha estado siempre
ahí, apoyando a su novio, el padre, y consolando a la madre de la criatura. Los
familiares y demás afectados llevaban una camiseta blanca con la foto del niño
y un “pescaíto” pegado. Ana Julia también llevaba su camiseta, no importa que fuese
ella misma el tiburón galano que tragó al “pescaíto”.
La madre de
Gabriel, sin lugar a dudas, la heroína que emerge de este duelo y conmoción, en
sus intervenciones, ha pedido “que no se extienda la rabia… que queden las buenas
personas; que (Ana Julia) pague lo que tenga que pagar pero que lo que quede de
este caso sea la fe y las buenas acciones…; no puede quedar todo…en palabras de
rabia”, ha matizado esta mujer cuya destrucción por la muerte de su único hijo
ha hecho desbordar su grandeza humana y el amor. Sí, el amor sin epíteto. ¡No
es el amor convencional de nuestros dioses prefabricados que nos mandan a amar
al que nos de la gana y se complacen en que quitemos de en medio al que se
interponga o cuestione la convencionalidad de nuestro amor, de nuestra fe!
En efecto,
tanto el gobierno dominicano como su legación diplomática en Madrid,
presentaron “su más profundo repudio” al crimen, mientras la justicia española
se encargue del desenlace. En el país caribeño ha habido casos de horrendo
crimen como la muerte de la niña embarazada Emely Peguero en San Francisco de
Macorís por su novio con la complicidad de la madre de éste, también está la
caza de brujas que se produjo recientemente en Pedernales en el enfrentamiento
entre haitianos y dominicanos por la muerte de una pareja de dominicanos por la
simple sospecha (no existen pruebas, no hay testigos) de que hubiera sido
cometido el asesinato por nacionales haitianos.
La policía
y la justicia dominicana han reaccionado ante muchos de estos casos como es el
de Emely. Queda claro que se requiere, de forma urgente, doblar los esfuerzos
sobre todo para contrarrestar el enfrentamiento de nacionales de ambos países
en territorio dominicano. La lentitud en las intervenciones de los agentes del
orden o la “vista gorda” de las autoridades como quienes promueven estos actos,
titulares que cantan “haitiano mata…” que incluso se lee en algunos periódicos
de circulación nacional, desayudan en los esfuerzos por lograr una cohabitación
pacífica entre los dos estados que comparten la isla. Más aun, estas acciones
en nada contribuyen a la construcción de la patria y por proyectar una mejor
imagen de ella en el exterior.
El simple
nombre de Ana Julia Quezada Cruz genera casi dos millones de entradas en google
en fracción de segundo. Triste celebridad adquirida de forma vertiginosa por
quien tiene unos cuántos amigos en Facebook. Sin embargo, en ninguno de los
titulares aparece el nombre de su país de origen como tampoco el gentilicio que
de allí se deriva, asociándolo al crimen. En España como en Estados Unidos donde
recientemente ha surgido otro crimen repugnante por una ciudadana de origen
dominicano en contra de los dos niños que cuidaba, se ha centrado en la
particularidad de las autoras.
Un titular como
“: dominicano mata…” estaría refiriendo de forma subliminar al carácter
criminal de los dominicanos en general; lo cual sería una mentira asociada a
una carencia de profesionalismo en el ejercicio del periodismo. También podría
verse como la libre asociación al llamado “periodismo de guerra” por oposición
al “periodismo de paz”. Al insertar las palabras: “haitiano mata…” en google,
es sorprendente ver 522 000 entradas en una fracción de 0,29 segundos, mayormente
titulares o asociados. Dejamos a la curiosidad del lector el nombre y el origen
de dichos periódicos.
Asociada a
la falta de profesionalismo, esta práctica afecta negativamente a muchos buenos
profesionales del periodismo y al resto de periódicos del país que se esfuerzan
cada día por llevar a sus lectores informaciones imparciales. Asociada a las
prácticas del periodismo de guerra, genera una percepción contraria a la que
las autoridades intentan proyectar sobre todo en el exterior por medio de
millonarias inversiones. Más aún fomenta la cultura del enfrentamiento entre
nacionales de ambos países de la que, de una forma u otra, todos quedaremos
afectados. Que ningún dominicano patriota y duartiano deba hablar objetivamente
de Haití y de sus nacionales, es una falacia que ambos países seguirán pagando
superlativamente caro hasta que se decida plantarle cara. Es lamentable el
crimen político que implica que una autoridad o algún dirigente dominicano
puedan hablar con objetividad de Haití y de los haitianos en el país.
Las
personas de origen haitiano en República Dominicana no son ni deben verse como
una piedrita en los zapatos de las autoridades, como tampoco las emociones de
humildes dominicanos deben de ser balas para fusiles de quienes quieren matar a
quemarropa sin mancharse las manos. Descartadas las posibilidades de
desavecindarnos, podemos elegir cooperar en el establecimiento de un marco de
derecho que garantice la convivencia pacífica y seguir, allende estas falsas y
por eso, repugnantes señales como las recientes en Pedernales, aprovechando las
ventajas recíprocas de ser vecinos únicos de esta inagotable isla de encanto
mágico, como nos lo indica Patricia Ramírez, la madre del “pescaíto”, desde los
abismos de su dolor.